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PUEBLO CHICO… alguien diferente

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Por: El Dueño del Rancho

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Cuando se intenta describir la esencia de alguna persona, se busca en sus cualidades, en sus carencias, pero sobre todo en sus aportaciones; en este obituario se puede contar que Alejandro fue alguien diferente.

 

La tarde de este domingo fue asesinado uno de los reporteros más emblemáticos de Celaya a lo largo de los últimos años. 

 

Alejandro fue un tipo que marcó diferencia en el quehacer periodístico de los medios de comunicación, que entendió antes que nadie el poder de las redes sociales y canalizó su oficio hacia un contenido original que vio nacer el personaje que lo inmortalizó: El Llanero Solititito.

 

A lo largo de su carrera, Alejandro fue un periodista que transitó de la formalidad del reporteo tradicional a darle vida a un alias que le dio la libertad de narrar las historias a su manera, a su estilo, a sus modos.

 

No obstante, antes de ser “el Llanero”, Alejandro tenía su peculiar forma de informar los hechos principalmente de la famosa “nota roja”. Él veía la noticia con ojos de pueblo, con la cotidianeidad que te da ser un sujeto “de a pie”, un compañero “talachero”, lejos (muuuy lejos) de las pretenciones de la “élite periodística” que algunos colegas se venden a sí mismos.

 

Alejandro forma parte de la crónica celayense, ya que él estuvo en la cobertura del llamado “Domingo Negro” del 26 de septiembre de 1999, informando desde la zona de destrucción en la calle Antonio Plaza la escena dantesca tras las explosiones de cuetes. Allí estaba él dando cuenta de los muertos, los heridos, el caos y los actos heróicos de los socorristas y comerciantes que han trascendido en la historia de esta ciudad.

 

Alejandro era un hombre sin filtros. En una cobertura de Año Nuevo, el día 1 de enero por la mañana, Alejandro llegó a agradecer a Dios frente a todos los reporteros que cubrían en la entonces Sub Procuraduría C por “mandarnos un muertito y tener nota para escribir hoy”. Así era él: franco. Imprudente pero franco.

 

Otro rasgo de su personalidad se reflejaba en su redacción ya que, más allá de la simple descripción de los hechos, Alejandro llevaba su estilo al plano dramático, describiendo no solo la escena del crimen, sino narrando las emociones de los testigos. Alguna vez, en su noticia sobre el secuestro en proceso de una señora, él describió lo visto por una vendedora de gorditas que presenció el vehículo que llevaba a la señora plagiada: “cuando vio colgar de la cajuela una mano humana, ella sintió que sus piernas se le hacían de trapo…”. Así lo contaba él.

 

Cada compañero de la prensa en esta ciudad, tenemos anécdotas del “Llanero”. Llenaríamos libros con sus historias, narrando sus formas, desacreditando su “labor periodística”, criticando su chamarra con el parche: «no dispares, soy periodista», recriminándonos por no advertirle lo suficiente por su riesgo al reportear, recordando sus ocurrencias y riéndonos una vez más… 

 

Esta es una historia de éxito que termina mal, muy muy mal.

 

Él se fue porque le arrebataron la vida como tantas veces él narró el destino fatal de muchas personas que han sido asesinadas en esta región, como tanta gente que fue abatida por el crimen organizado, como tantas personas que son víctimas de un atentado sin siquiera saber si eran “el objetivo”… él tampoco solo murió, a Alejandro también lo mataron.

 

Al momento no se sabe si “iban por él” o fue una muerte circunstancial al ir escoltado por dos agentes de tránsito quienes, tal vez, eran el blanco del ataque armado… a lo mejor habrá una versión oficial, a lo mejor habrá detenidos, pero nada será tan certero como que Alejandro fue asesinado y de esto no hay vuelta atrás.

 

Alejandro no es una cifra más. Es un comunicador a quien le quitaron la vida mientras trabajaba en lo que sabía hacer y de la forma que él decidió.

 

Alejandro deja una familia rota y dolida, deja un gremio que lo respeta y que se queda con el miedo y el coraje de que el periodismo no tiene garantías para ejercerse, deja un círculo social que lo va a extrañar con dolor y lo evocará con una sonrisa agridulce, deja un pueblo que lo va a recordar con alegría y nostalgia como “El Llanero”.

 

Ahora sí que, honrando la memoria de Alejandro Martínez Noguez, como dicen en mi rancho él fue: “alguien diferente”.

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